A Joseph Stiglitz le gustan los churros. De eso no cabe ninguna duda. También el chocolate en taza. Pero lo que no soporta es que el Gobierno se gaste el dinero de los contribuyentes en subvencionar a empresas que sólo buscan su interés particular. Y pone un ejemplo. La Administración estadounidense ha destinado miles de millones de dólares en apuntalar la gran banca, pero lo cierto es que el crédito a las familias y empresas [como en España] sigue sin llegar. Y a falta de dinero los ciudadanos asisten a espectáculos increíbles. El caso más reciente, el que deparó Goldman Sachs.
El banco de inversión estadounidense anunció la semana pasada un beneficio neto de 3.440 millones de dólares en solo un trimestre. Al final, dice Stiglitz, se está produciendo en el sistema financiero algo parecido a lo que sucede en los juegos de supervivencia, en los que sólo los más fuertes salen adelante. Una especie de selección natural darwiniana, pero con dinero del Gobierno, apostilla.
Stiglitz ha pasado fugazmente por Madrid. No pensaba visitar España, pero estando en Grecia, recibió una llamada de Moncloa en la que se le indicaba que el presidente del Gobierno quería verle. Y eso es lo que hizo ayer el Premio Nobel, almorzar con Zapatero; pero antes, a la hora del desayuno y en la célebre rotonda del Hotel Palace, conversó 90 minutos con El Confidencial. A solas, sin cámaras ni micrófonos, y con un único interés: conocer de primera mano, sin versiones oficiales, lo que se cuece en la economía española.
Lo primero que le urge preguntar a Stiglitz (en el fondo no le sorprende, simplemente quiere escuchar la reacción de la opinión pública) es cómo se explica que en un país con más de cuatro millones de parados no haya revueltas sociales. Y se tranquiliza cuando se le indica que en España -como ya ocurriera en la recesión de los años 90- la familia cumple un papel fundamental desde el punto de vista de la cohesión social. Pero no sólo eso. El hecho de que la movilidad geográfica sea muy limitada favorece que las familias atemperen las tensiones sociales. Pero también el dinero público. Le sorprende que haya fracasado el Gobierno en el plan para el retorno de los inmigrantes a sus países de origen, aunque se muestra muy interesado en la iniciativa.
Obama, un presidente 'conservador'
Pregunta una y otra vez sobre qué está haciendo el Gobierno para hacer frente a la situación. Y cuando se le dice que gasta mucho dinero en estimular la demanda, da su aprobación con la cabeza. Ni siquiera le extraña que el déficit público se vaya a situar este año cerca del 10% cuando hace apenas dos años el país registraba un superávit equivalente al 2% del PIB. Y esbozando una media sonrisa recuerda que en EEUU se ha pasado de un -3% a un -12% de déficit fiscal en un santiamén.
Para Stiglitz, que forma parte del comité científico de la Fundación Ideas –vinculada al PSOE- al contrario de lo que piensan muchos economistas en España no le parece contradictorio subir los impuestos especiales (lo que drena el consumo de los hogares), y, al mismo tiempo, repartir cheques de 400€ a las familias. “Muchos economistas recomendarían eso”, sostiene con cara de quien ha tenido muchas veces que enfrentarse a ese dilema.
Y es que Stiglitz sigue estando convencido de que sólo la intervención pública podrá enderezar la mala coyuntura con un solo objetivo: no dejar tirados a millones de trabajadores que se han quedado sin empleo. Pero eso sí, advierte que hay que gastar el dinero en las personas, no en las grandes corporaciones. Y Obama no siempre ha actuado en esa dirección. De hecho, y tras una media sonrisa que lo delata, asegura que el presidente de EEUU es más conservador que lo que la gente cree. Da mucho dinero a los bancos y poco a los pobres. Da mucho dinero a las grandes corporaciones pero poco a las pequeñas entidades locales que están mucho más cerca de los ciudadanos.
Una de las propuestas que hace Stglitz para ayudar a las pequeñas y medianas empresas en el acceso al crédito es convertir al Gobierno en el “garante final del préstamo'. Es decir, en el avalista en caso de que la empresa no estuviera en condiciones de devolver las deudas contraídas. Pero no sin condiciones previas. Solamente cuando la compañía beneficiada por fondos públicos demuestre que el negocio está en riesgo a causa de la debilidad del ciclo económico. Y remarca que si la empresa ha incurrido en errores graves de gestión, entonces es ésta la responsable última de repagar sus deudas. No el erario público.
Transparencia de las corporaciones
La obsesión intelectual de Stiglitz es cómo controlar a las grandes corporaciones ganando en transparencia. No en vano, ganó el Nobel en 2001 con sus teorías sobre la información asimétrica. Y cuando se le pregunta su opinión sobre la energía nuclear, lo primero que recuerda es que el tratamiento de los residuos radiactivos no lo pagan los accionistas de las empresas privadas, sino el Gobierno, lo que convierte a la industria nuclear en menos rentable de lo que se vende habitualmente a la opinión pública. También rechaza el mito de que la energía nuclear no contamina. Y recuerda que para la construcción de una central es necesario producir ingentes toneladas de cemento y hormigón, y esos procesos productivos acaban expulsando toneladas de CO2 a la atmósfera.
Pero dicho esto, no revela si apoyaría un parón nuclear, aunque sí está convencido de que el futuro pasa por las energías renovables. Aunque no a cualquier precio en el corto plazo. Y con cierta sorna se pregunta si realmente en España la gente se cree esto de las “energías sostenibles y alternativas”, lo que en EEUU se conoce como green movement. Con cierto aire provocador, cita el caso de Portugal, donde ha podido comprobar personalmente que las energías verdes son un asunto recurrente en las conversaciones. Como los churros que come con pasión durante sus visitas a España.
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