martes, 28 de octubre de 2008

SALARIO MÁXIMO

Al hilo de la actual crisis del capitalismo 

Jairo del Agua

Dicen que soy un poco brujo. No sólo porque suelo intuir el fondo positivo de las personas sino porque presiento el futuro. ¡Se equivocan! Lo mío no es brujería, es sentido común. Hay cosas que se ven venir.

Ahora resulta que la actual crisis global nace de la "codicia". Y hasta un eminente banquero diagnostica que la causa son los "excesos". ¡Es urgente, dicen, refundar el capitalismo! ¡Hay que limitar prebendas y pernadas de los magníficos! ¡Hay que volver a la realidad y salir de los fuegos fatuos!

Vuelvo a ofrecer esta reflexión -escrita también hace años- por si cae en manos de algún político inteligente y se la apropia. No me importaría. Porque, efectivamente, el capitalismo salvaje y el neoliberalismo a ultranza son por sí mismos "excesos" que la Humanidad no se puede permitir y que necesitan unos límites claros, razonables y éticos. Ahí va mi reflexión de entonces por si arroja luz al futuro.

Ha caído en mis manos la relación de sueldos de los altos ejecutivos de un Banco. ¡Realmente bochornoso! Recurriré a las extintas pesetas para no perderme. Hay sueldos anuales de 1000 millones (83 al mes), 500 millones (42 al mes) y el más modesto de 300 millones (25 al mes). Aparte están las dietas, los consejos, las comisiones, las atenciones, etc. Naturalmente estos sueldos los deciden ellos para ellos sin ruborizarse. Además los publican en un noble ejercicio de virtud… Ellos se lo guisan, ellos se lo comen.

Sin llegar a los alucinógenos sueldos citados, hay asalariados de postín que perciben 25, 50 y más millones al año. Es decir, 14, 28 ó más veces lo que percibe un asalariado mínimo. A los jubilados ni les nombro. La distancia entre unos trabajadores y otros es sencillamente impúdica, deshonesta, escandalosa e inmoral. Uno se pregunta si esos superhombres no comen, no duermen o no tienen un límite de 24 horas. Se argumenta -con razón- que cada uno recoge lo que con su capacidad y esfuerzo ha sembrado. Aunque no siempre, porque hay quienes no hacen sino quemar los oropeles de la cuna. Otros avispados ni capacidad, ni esfuerzo, ni familia, puro fraude.

Es verdad -le decía yo a un encumbrado amigo- que tú te quemabas las cejas estudiando mientras otros mamaban botellón. Es verdad que renunciaste a aquella novieta temprana porque sólo era un juego que te distraía de tus estudios. Es verdad que te privaste de mucho sueño y fatua diversión por cumplir tus objetivos. Realmente te has merecido un buen sueldo, una buena casa, un buen nivel de vida. Pero pregunto: ¿Dónde conseguiste la capacidad? ¿Qué hiciste, por ejemplo, para no nacer ciego o deficiente? ¿Elegiste tú la familia y el ambiente que te ayudaron a triunfar?

¡Hombre ya! -me respondió-. Pero los impuestos redistribuyen la riqueza y yo pago religiosamente mi 45%, una barbaridad. Está muy requetebién -continué- pero, restándole esa barbaridad, tu sueldo neto sigue siendo un 3000% mayor que el de la orilla pobre. Es decir, ganas 30 veces más que un obrero de mínimos. No ganas para vivir bien, ganas para derrochar y aún te sobra. A lo que hay que añadir otra gran diferencia: mientras tú trabajas con comodidad y satisfacción, otros trabajan dejándose la piel, el sudor e incluso la vida. La distancia entre tu real y meritorio esfuerzo pasado y el actual esfuerzo del pobre es excesiva.

Por eso es necesario acortar esa distancia y poner un límite a la ambición de los mejor dotados. Por eso es necesario que la Ley marque un techo, como lo hace para los altos cargos de la Administración. El Presidente del Gobierno, por ejemplo, gana unas 6 veces más que el más humilde funcionario. Mientras que en las empresas existen muchísimos sueldos superiores al del Presidente patrio y a años luz de sus compañeros ínfimos. Es imprescindible fijar un sueldo máximo como se fija un sueldo mínimo. La distancia entrambos no debería ser más de 10 ó 15 veces el sueldo mínimo. Jamás se llegará a una mínima justicia social si no se limita la distancia entre una y otra orilla.

La misión principal de los Sindicatos no debería ser otra que vigilar la equidistancia entre el sueldo máximo y el sueldo mínimo. La tensión de los dirigentes por aumentar sus ingresos arrastraría la subida de todos los demás. Hoy ocurre todo lo contrario: Mientras los dirigentes justifican cínicamente desproporcionadas subidas para sus salarios, reprimen la elevación de los de abajo porque perjudica costes e inflación. Ciertamente hay que controlar costes e inflación, pero el esfuerzo ha de ser compartido e incluso mayor para quienes vuelan muy por encima del imprescindible nivel de supervivencia.

No se trata de dar a todos igual, ni de olvidar el mérito, el esfuerzo, la iniciativa y el liderazgo. Que cada cual cultive sus pocos o muchos talentos y reciba en consecuencia. Pero las diferencias no pueden dejarse al arbitrio de la insaciable voracidad de los mejor situados. Hay que partir del hecho de que todos somos humanos y, por tanto, limitados. No pueden justificarse diferencias cósmicas por la supuesta productividad de los semidioses. Quienes toman o ejecutan decisiones desde el vértice lo hacen subidos sobre el esfuerzo y la sabiduría de una pléyade de subordinados.

Se trata de imponer, por ley, una proporcionalidad racional entre los trabajadores ínfimos y supremos. Todos participamos de la misma frágil humanidad, todos colaboramos en los fines del grupo. Se trata, incluso, de hacer llegar los frutos del trabajo a los que no pueden conseguirlo, a los que están discapacitados, incapacitados o marginados. Confiar esta misión al libérrimo dios Mercado es peor que nombrar al zorro gerente del gallinero. El despiadado Monstruo impone la salvaje ley del más fuerte y condena sin pestañear a la cámara de gas a los ínfimos (pobres de ingenio, figura, fuerza, normalidad o familia). En esa cámara homicida no alcanzan una rápida muerte liberadora sino la lenta tortura del olvido, el desprecio, la marginación y la negación de sus más elementales necesidades humanas.

Si los trabajadores millonarios -sean del sector que sean- imaginaran alguna vez su reencarnación en la piel de sus compañeros mínimos, ellos mismos pedirían a gritos la limitativa “ley de sueldo máximo”. Si realmente fuéramos humanos, gritaríamos la urgencia de acortar la distancia abismal entre los de abajo y los de arriba. Quienes consideran su fortuna consecuencia de su inteligencia deberían “entender” que todos somos “ínfimos y efímeros pero necesarios, obreros de un porvenir sin fin, perdidos en lo innumerable pero únicos, limitados por todas partes, inacabados por naturaleza…”. El que no quiere verlo se encenaga en su propia miseria y algún día se topará con la realidad de su bolsa llena y sus manos vacías.



lunes, 27 de octubre de 2008

EL FIN DE UNA ERA DEL CAPITALISMO

Los terremotos que sacudieron las Bolsas durante el pasado «septiembre negro» han precipitado el fin de una era del capitalismo. La arquitectura financiera internacional se ha tambaleado. Y el riesgo sistémico permanece. Nada volverá a ser como antes. Regresa el Estado.

El desplome de Wall Street es comparable, en la esfera financiera, a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín. Un cambio de mundo y un giro copernicano. Lo afirma Paul Samuelson, premio Nobel de economía: «Esta debacle es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo.»

Se termina el período abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Reagan: «El Estado no es la solución, es el problema.» Durante treinta años, los fundamentalistas del mercado repitieron que éste siempre tenía razón, que la globalización era sinónimo de felicidad, y que el capitalismo financiero edificaba el paraíso terrenal para todos. Se equivocaron.

La «edad de oro» de Wall Street se acabó. Y también una etapa de exuberancia y despilfarro representada por una aristocracia de banqueros de inversión, «amos del universo» denunciados por Tom Wolfe en La Hoguera de las vanidades (1987). Poseídos por una lógica de rentabilidad a corto plazo. Por la búsqueda de beneficios exorbitantes.

Dispuestos a todo para sacar ganancias: ventas en corto abusivas, manipulaciones, invención de instrumentos opacos, titulización de activos, contratos de cobertura de riesgos, hedge funds… La fiebre del provecho fácil se contagió a todo el planeta. Los mercados se sobrecalentaron, alimentados por un exceso de financiación que facilitó el alza de los precios.

La globalización condujo la economía mundial a tomar la forma de una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera llegó a representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la riqueza real mundial. Y de golpe, esa gigantesca «burbuja» reventó.

El desastre es de dimensiones apocalípticas. Más de 200 mil millones de euros se han esfumado. La banca de inversión ha sido borrada del mapa. Las cinco mayores entidades se desmoronaron: Lehman Brothers en bancarrota; Bear Stearns comprado, con la ayuda de la Reserva Federal (Fed), por Morgan Chase; Merril Lynch adquirido por Bank of America; y los dos últimos, Goldman Sachs y Morgan Stanley (en parte comprado por el japonés Mitsubishi UFJ), reconvertidos en simples bancos comerciales.

Toda la cadena de funcionamiento del aparato financiero ha colapsado. No sólo la banca de inversión, sino los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las cajas de ahorros, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos (Standard&Poors, Moody's, Fitch) y hasta las auditorías contables (Deloitte, Ernst&Young, PwC).

El naufragio no puede sorprender a nadie. El escándalo de las «hipotecas basura» era sabido de todos. Igual que el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Todo esto ha sido denunciado –en estas columnas – desde hace tiempo. Sin que nadie se inmutase. Porque el crimen beneficiaba a muchos. Y se siguió afirmando que la empresa privada y el mercado lo arreglaban todo.

La administración del Presidente George W. Bush ha tenido que renegar de ese principio y recurrir, masivamente, a la intervención del Estado. Las principales entidades de crédito inmobiliario, Fannie Mae y Freddy Mac, han sido nacionalizadas. También lo ha sido el American International Group (AIG), la mayor compañia de seguros del mundo.

El Secretario del Tesoro, Henry Paulson (expresidente de la banca Goldman Sachs…) ha propuesto un plan de rescate de las acciones «tóxicas» procedentes de las «hipotecas basura» (subprime) por un valor de unos 500 mil millones de euros, que también adelantará el Estado, o sea, los contribuyentes.

Prueba del fracaso del sistema, estas intervenciones del Estado –las mayores, en volumen, de la historia económica- demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad.

Además, se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los banqueros, y se les amenaza, en caso de que se nieguen a pagar, con empobrecerlos aún más.

Las autoridades norteamericanas acuden al rescate de los «banksters» («banquero gangster») a expensas de los ciudadanos. Hace unos meses, el Presidente Bush se negó a firmar una ley que ofrecía una cobertura médica a nueve millones de niños pobres por un costo de 4 mil millones de euros. Lo consideró un gasto inútil. Ahora, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parece suficiente. Socialismo para los ricos, y capitalismo salvaje para los pobres.

Este desastre ocurre en un momento de vacío teórico de las izquierdas. Las cuales no tienen «plan B» para sacar provecho del descalabro. En particular las de Europa, agarrotadas por el choque de la crisis. Cuando sería tiempo de refundación y de audacia.

¿Cuanto durará la crisis? «Veinte años si tenemos suerte, o menos de diez si las autoridades actúan con mano firme.» vaticina el editorialista neoliberal Martin Wolf.

 Si existiese una lógica política, este contexto debería favorecer la elección del demócrata Barack Obama (si no es asesinado) a la presidencia de Estados Unidos el 4 de noviembre próximo. Es probable que, como Franklin D. Roosevelt en 1930, el joven Presidente lance un nuevo «New Deal» basado en un neokeynesianismo que confirmará el retorno del Estado en la esfera económica. Y aportará por fin mayor justicia social a los ciudadanos. Se irá hacia un nuevo Bretton Woods. La etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal habrá terminado.

 Ignacio Ramonet

 

jueves, 23 de octubre de 2008

LA CRISIS Y EL PODER GLOBAL



¿En que medida la crisis actual afecta las relaciones de poder en el mundo actual? La nueva relación de fuerzas va a depender de las disputas sobre quien pagará los platos rotos y que tipo de discurso triunfará, como interpretación de la crisis. Apelar al Estado, después de 1929, fue siempre un instrumento inclusive del liberalismo, para recomponer las condiciones de funcionamiento del mercado.

Vamos a lo que realmente interesa: ¿en que medida la crisis actual afecta las relaciones de poder en el mundo actual?

Para eso es preciso resumir en que momento de la trayectoria reciente del capitalismo ésta se sitúa y cual es la configuración de poder que ésta encuentra y altera. Vivimos un período histórico marcado por dos grandes cambios – ambos de carácter regresivo: el pasaje de un mundo bipolar a otro, unipolar, bajo la hegemonía imperial estadounidense y la transición de un modelo regulador a otro, de carácter neoliberal, de desregulación.

La transición fue de un período largo de carácter expansivo, iniciado en la segunda posguerra y concluido en 1973, a un período largo de carácter recesivo – porque la desregulación llevó a la transferencia masiva de capitales del sector productivo al sector especulativo y, como consecuencia, a un período de bajos índices de crecimiento.

En ese marco, la década pasada fue la luna de miel del nuevo período histórico, con el fin de la URSS y los Estados Unidos a la cabeza del bloque imperialista, con capacidad de imponer la "pax estadounidense" [i] , con apoyo de la ONU y/o de la OTAN, desarrollando las llamadas "guerras humanitarias" – en Irak, en Bosnia. Al mismo tiempo, los Estados Unidos lideraron un ciclo corto expansivo, coincidente con el gobierno de Clinton, donde reinó la euforia de una supuesta "nueva economía", que superaría el carácter de ciclo de la economía capitalista. Fue el auge de la hegemonía norteamericana y del modelo neoliberal.

El agotamiento de ese ciclo estadounidense - acompañado de las crisis en las economías brasilera y argentina, en la región donde mas reinaba el neoliberalismo – y la reacción del gobierno de Bush a los atentados del 2002, vinieron a alterar ese cuadro idílico, de la primera década del nuevo período histórico. Lo segundo fue marcado por las guerras de Irak y de Afganistán, por el surgimiento y coordinación de cada vez mas gobiernos del continente en proyectos autónomos de integración, así como por la consolidación del ritmo de crecimiento de China.

La crisis, iniciada en los Estados Unidos extendida a Europa, a Japón y al resto del mundo, se suma a esos elementos para configurar la coyuntura actual. Esta acentúa elementos ya presentes anteriormente: el declive económico de los Estados Unidos, la fragilidad de un modelo centrado en la acumulación financiera, el avance de una multipolaridad económica en el mundo, el fracaso de los Estados Unidos para resolver militarmente las guerras de Irak y de Afganistán. La crisis que se instaura, más fuerte y prolongada que en otros lugares, en los Estados Unidos, debilitará aún más esa economía. Sin embargo, los Estados Unidos utilizan su capacidad de iniciativa política y de liderazgo sobre otras potencias centrales, para intentar imponer su solución a la crisis, exportar sus pérdidas mas graves y buscar recomponerse como potencia económica.

A pesar de esas realidades, la nueva relación de fuerzas va a depender de las disputas acerca de quien pagará los platos rotos y que tipo de discurso triunfará, como interpretación de la crisis. Apelar al Estado, después de 1929, fue siempre un instrumento inclusive del liberalismo, para recomponer las condiciones de funcionamiento del mercado.

Hoy existe una derrota ideológica fuerte de las ideologías de mercado, cualesquiera que sean las justificaciones que traten de dar. Con todo, pueden predominar soluciones conservadoras, inclusive con la utilización del Estado, posibilidad más probable hoy, por la composición de derecha del cuadro político europeo y japonés. Para las grandes potencias capitalistas se trata de salvar, a cualquier precio, la estructura económica-financiera existente, con intervenciones estatales y masivas inyecciones de dinero.

El cuadro post crisis y sus nuevas configuraciones de poder están abiertas. Se puede dar un re- fortalecimiento de los Estados Unidos como potencia hegemónica, siempre que éste consiga exportar una parte de los efectos negativos de la crisis, compartiendo con las otras economías centrales, pero principalmente, imponiendo duras soluciones internas para la masa de la población norteamericana y, especialmente, para los países de la periferia, comenzando por los emergentes.

Esta alternativa será posible (y la principal variante de la crisis) si no se pone en funcionamiento, esto es, si las mayores economías emergentes y, en particular, los proyectos de integración de América Latina, no crean sus propias políticas frente a la crisis y comparten – activa o pasivamente – las políticas de las potencias centrales del capitalismo. La alternativa, que puede efectivamente mover el cuadro de poder mundial bajo los efectos de la crisis actual, debe venir, antes que nada, de la profundización de los procesos de integración latinoamericanos, a comenzar por el Banco del Sur – con el avance decisivo para la creación de una moneda única regional, de un Banco Central único, de políticas económicas cada vez mas articuladas, de procesos de regulación de la circulación de capital, entre otras medidas. Lo que, a su vez, implica el aceleramiento de la implantación y de la asunción de responsabilidades por parte del Parlamento del MERCOSUR, de Unasur, del Consejo Sudamericano de Defensa.

Al mismo tiempo, requiere la profundización en lo que hace a la coordinación de los países del Sur del mundo, para evitar que se exporte para esa región la crisis forjada en el Norte. Y, paralelamente, que se diseñe y se ponga en práctica una visión y una política de superación de la crisis desde los intereses del Sur del mundo, que necesariamente apunte a superar el modelo neoliberal y el de los organismos internacionales responsables por ésta.

El mundo no será el mismo, pasada la crisis actual. Se abre, con ésta, una gigantesca disputa – de intereses y de interpretaciones – sobre su significado y sobre las lecciones a aprender. El Norte busca rearticularse para defenderse de sus evidentes responsabilidades y tratar de imponer sus soluciones, exportando gran parte de sus consecuencias negativas. Le corresponde al Sur del mundo – y a América Latina en particular – saber defender nuestros intereses, proyectar nuestra visión sobre el sentido de esta crisis y colocar en práctica políticas de superación del neoliberalismo y de la creación de un mundo multipolar y post neoliberal.

* Emir Sader es profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Uerj), coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Uerj y autor, entre otros libros, de "La venganza de la Historia".



miércoles, 22 de octubre de 2008

EL OTRO RESCATE FINANCIERO


Mientras que todos los ojos están pendientes del rescate a los bancos, una gran cantidad de dinero ha sido transferida a los bolsillos de otra causa que no se lo merece. La semana pasada, George Bush aceptó el préstamo de 25 mil millones de dólares al sector automovilístico. Es un préstamo a bajo interés, que le costará al gobierno 7 mil quinientos millones de dólares (1). Poca gente se dio cuenta, menos aún lo combatieron. La Cámara de Representantes aprobó la medida por 370 votos a favor y 58 en contra. El gran rescate corporativo se esta extendiendo como una plaga.

Ya ha cruzado el Atlántico. Ayer las compañías europeas demandaron que la UE les diese 40 mil millones de € en préstamos baratos para igualar los subsidios en EEUU (2). ¿Donde va a terminar este gasto publico?

Las compañías automovilísticas en ambos lados dicen que necesitan préstamos para ayudarles a ser más ecológicos. Dicen que invertirán ese dinero en una nueva generación de tecnologías limpias, lo que les permitirá cumplir con los estándares de eficiencia que están fijando los gobiernos. Hay un mayor gozo en el paraíso cuando un pecador se arrepiente... pero, ¿no es extraño tanto entusiasmo verde ahora que huelen dinero público fresco? Durante los últimos 10 años los fabricantes de coches han estrellado toda iniciativa verde contra un muro.

En 1998, los fabricantes de coches europeos dijeron que podían reducir los gases de efecto invernadero voluntariamente. A finales de 2008, dicen que reducirán las emisiones medias producidas por sus coches de 190 gramos CO2 por kilómetro a 140. ¿Qué han hecho? A finales del año pasado la media era de 158gr/Km en Europa (3) y 165gr/Km. En el Reino Unido (4): fallarán en alcanzar su objetivo por un 40%.

Sólo 10 años más tarde, esas promesas valen menos que una acción de Lehman Brothers, en 2006 La Comisión Europea anunció que fijaría un tope: en 2012 todas las compañías tendrían que reducir sus emisiones medias de CO2 a 120gr/Km. Parecía un avance, hasta que te acuerdas que 120 gr/Km era el objetivo propuesto por la UE en 1994, para ser alcanzado en 2005 (5). Fue retrasado repetidamente por el lobby del sector.

El año pasado el objetivo de 2012 cayó ante las mismas fuerzas. Angela Merkel, hablando por compañías como Daimler-Chrysler y BMW, demandó que la UE pusiese freno a tal medida (6,7). (Irónicamente fue Angela Merkel, como la joven idealista ministra de medio ambiente alemana, la que propuso por primera vez el objetivo de 120gr/Km para 2005 (8).) La Comisión acordó revisar la cifra d e130 gr., y cubrir la diferencia con un incremento en el uso de biocombustibles. Desde entonces hemos observado una dura evidencia que la mayoría de biocombustibles, al mismo tiempo de extender el hambre, producen más gases de efecto invernadero que el petróleo (9, 10,11) pero la política sigue sin cambiarse.

Ahora nos dicen que tampoco pueden cumplir el objetivo de 130gr/km. Hace un mes convencieron a la Comisión de Industria del Parlamento Europeo para que se hicieran cargo de su caso: proponían retrasar el objetivo hasta 2015, reducir las multas si no cumplían y permitir a los constructores a contrarrestar las innovaciones ecológicas contra el objetivo aunque estas no reduzcan las emisiones (12). En definitiva, proponer que se les oficialmente un lavado verde. Afortunadamente esta estafa fue rechazada hace dos semanas por el Comité Medioambiental Parlamentario (13).

En los EEUU, las empresas todavía no han alcanzado el Standard (media de 27,5 millas por galón) que se suponía deberían haber alcanzado, bajo la Energy Policy Conservation Act, en 1985 (14). El coche medio vendido en los EEUU actualmente es menos eficiente que el Modelo T Ford de 1908 (15,16).

Lo que hace esto tan frustrante es que estar hablando en 2008 sobre objetivos de 130 o 120 gr/km es un poco como discutir si los ordenadores actuales deben tener 10 filas de sliding beads o 100. En 1974 un Opel T-1 hacia 377 millas con 1 galón (160km/1) (17), lo que equivale a 15 gr. de Co2 por Km (18). No existe ninguna razón técnica para que el límite máximo para todos los coches sea de 50gr/km.

Tampoco hay ninguna razón comercial. Una encuesta de Newspaper Marketing Agency muestra que el 80% de los compradores de coches dicen que la economía es más importante que las prestaciones (19). El fracaso tecnológico de los fabricantes de coches viene en su totalidad del lobby de las compañías que ahora reclaman dinero público para convertirse en verdes. Quieren estrujar hasta la última gota de las tecnologías existentes antes de cambiar a mejores modelos.

El sabotaje que han realizado de la tecnología ecológica ha sido constante. La película Who killed the electric car? (¿Quién mató al coche eléctrico?) muestra a los fabricantes, trabajando con las compañías de petróleo y oficiales corruptos, hundieron el intento de California de cambiar las tecnologías de los vehículos (20). Primero acabaron con las baterías, persuadieron al gobierno federal para invertir en vehículos de hidrógeno, siendo conscientes de que los obstáculos tecnológicos son tan grandes que un modelo barato producido en masa pudiera ser inviable. Los coches eléctricos, al contrario, llevan preparados para ser producidos en masa casi desde hace un siglo. Los 1.200 millones de dólares que el gobierno de EEUU está gastando en investigación y desarrollo para los coches propulsados por hidrógeno (21) - o los 2 mil millones de Euros para el mismo motivo de la UE (22,23) es un subsidio para evitar el cambio tecnológico.

Ahora después de tanta dilación, los fabricantes de coches tienen la cara dura de pedir dinero publico para alcanzar las políticas que han tardado 50 años y millones dólares en sabotear. Por supuesto, que “los prestamos verdes” que están solicitando no son nada por el estilo. Ayudarles para que tengan una mayor eficiencia es simplemente una excusa para rescatar a otra industria del fracaso. Como resultado de la crisis crediticia y el alto precio de los combustibles, las matriculaciones en el Reino Unido cayeron un 215 el mes pasado (24). En los EEUU las ventas de los mayores fabricantes cayeron este año entre el 20 y el 35% (25).

No hace falta gastar un céntimo de dinero público para que la industria sea mas eficiente. Como muestra un reciente informe del Comité auditor medioambiental del Parlamento, puedes alcanzar el mismo resultado creando una mayor diferencia entre las bandas de impuestos de los coches: propone que la gente que compre los coches menos eficientes paguen unas 2000 libras esterlinas más que aquellos que compren los más eficientes (26). Esto acabaría con el mercado de los coches menos eficientes y obligaría a la industria a hacer los cambios a los que lleva tanto tiempo resistiendo.

Pero el gobierno se ha llevado todo el criticismo de que una buena política de impuestos hubiese generado pocos beneficios. Su controvertida nueva forma de impuestos ahorrara simplemente 0,16 millones de toneladas de Co2 al año. (27): una gota en el océano moribundo. A prácticamente el mismo coste político hubiera reducido considerablemente las emisiones y generado gran parte del dinero para revolucionar el sistema de transporte público. De nuevo se ha producido un patinaje histórico: entre 1920 y 1948 los coches pagaban impuestos a razón de 1£ por caballo (28): en términos reales (y en algunos casos en términos nominales (29)) bastante más de lo que pagan hoy.

Pero los subsidios son lo que los gobiernos pagan cuando no existe una regulación. Si no tienes las agallas para obligar a las compañías a hacer algo, entonces debes sobornarlas. Es una buena apuesta decir que los productores europeos seguirán sin cumplir los objetivos de emisiones, incluso si les dan el dinero que piden. Lo más ecológico que pueden hacer los gobiernos es permitir que esos arrastrados devoradores del planeta se hundan en la miseria. 



Articulo Original: The Other Bail-Out 
Publicado en The Guardian 7 October, 2008 
Another set of corporations is pressing for public money. Governments should let them die.



martes, 21 de octubre de 2008

CRIMEN (FINANCIERO) CONTRA LA HUMANIDAD

José Saramago

 La historia es conocida, y, en aquellos tiempos antiguos en que la escuela se proclamaba educadora perfecta, se le enseñaba a los niños como ejemplo de la modestia y la discreción que siempre deberían acompañarnos cuando el demonio nos tentara para opinar sobre lo que no conocemos o conocemos poco y mal. Apeles podía consentir que el zapatero le apuntase un error en el calzado de la figura que había pintado, por aquello de que los zapatos eran su oficio, pero que nunca se atreviera a dar su parecer sobre, por ejemplo, la anatomía de la rodilla.

En suma, un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. A primera vista, Apeles tenía razón, el maestre era él, el pintor era él, la autoridad era él, mientras que el zapatero sería llamado cuando de ponerle medias suelas a un par de botas se tratase. Realmente, ¿hasta dónde vamos a llegar si cualquier persona, incluso la más ignorante de todas, se permite opinar sobre lo que no sabe? Si no tiene los estudios necesarios es preferible que se calle y deje a los sabedores la responsabilidad de tomar las decisiones más convenientes (¿para quién?).

Sí, a primera vista Apeles tenía razón, pero solo a primera vista. El pintor de Felipe y de Alejandro de Macedonia, considerado un genio en su época, ignoró un aspecto importante de la cuestión: el zapatero tenía rodillas, luego, por definición, era competente en estas articulaciones, aunque fuera solo para quejarse, si ese era el caso, de los dolores que sentía. A estas alturas, el lector atento ya habrá entendido que no es de Apeles ni del zapatero de lo que se trata en estas líneas. Se trata, sí, de la gravísima crisis económica y financiera que está convulsionando el mundo, hasta el punto de que no podemos escapar a la angustiosa sensación de que llegamos al final de una época sin que se consiga vislumbrar qué y cómo será lo que venga a continuación, tras un tiempo intermedio, imposible de predecir antes de que se levanten las ruinas y se abran nuevos caminos.

¿Cómo lo hacemos? ¿Una leyenda antigua para explicar los desastres de hoy? ¿Por qué no? El zapatero somos nosotros, todos nosotros, que presenciamos, impotentes, el avance aplastante de los grandes potentados económicos y financieros, locos por conquistar más y más dinero, más y más poder, con todos los medios legales o ilegales a su alcance, limpios o sucios, normalizados o criminales.

¿Y Apeles? Apeles son, precisamente, los banqueros, los políticos, las aseguradoras, los grandes especuladores que, con la complicidad de los medios de comunicación social, respondieron en los últimos 30 años, cuando tímidamente protestábamos, con la soberbia de quien se considera poseedor de la última sabiduría; es decir, aunque la rodilla nos doliera, no se nos permitía hablar de ella, se nos ridiculizaba, nos señalaban como reos de condena pública. Era el tiempo del imperio absoluto del Mercado, esa entidad presuntamente auto reformable y auto regulable encargada por el inmutable destino de preparar y defender para siempre jamás nuestra felicidad personal y colectiva, aunque la realidad se encargase de desmentirlo cada hora que pasaba.

¿Y ahora? ¿Se van a acabar por fin los paraísos fiscales y las cuentas numeradas? ¿Será implacablemente investigado el origen de gigantescos depósitos bancarios, de ingenierías financieras claramente delictivas, de inversiones opacas que, en muchos casos, no son nada más que masivos lavados de dinero negro, de dinero del narcotráfico? Y ya que hablamos de delitos: ¿tendrán los ciudadanos comunes la satisfacción de ver juzgar y condenar a los responsables directos del terremoto que está sacudiendo nuestras casas, la vida de nuestras familias, o nuestro trabajo? ¿Quién resuelve el problema de los desempleados (no los he contado, pero no dudo de que ya son millones) víctimas del crash y qué desempleados seguirán, durante meses o años, malviviendo de míseros subsidios del Estado mientras los grandes ejecutivos y administradores de empresas deliberadamente conducidas a la quiebra gozan de millones y millones de dólares cubiertos por contratos blindados que las autoridades fiscales, pagadas con el dinero de los contribuyentes, fingen ignorar?

Y la complicidad activa de los gobiernos, ¿quién la demanda? Bush, ese producto maligno de la naturaleza en una de sus peores horas, dirá que su plan ha salvado (¿salvará?) la economía norteamericana, pero las preguntas a las que tendría que responder están en la mente de todos: ¿no sabía lo que pasaba en las lujosas salas de reunión en las que hasta el cine nos ha hecho entrar, y no solo entrar, sino asistir a la toma de decisiones criminales sancionadas por todos los códigos penales del mundo? ¿Para qué le sirven la CIA y el FBI, además de las decenas de otros organismos de seguridad nacional que proliferan en la mal llamada democracia norteamericana, esa donde un viajero, a su entrada en el país, tendrá que entregar a la policía de turno su ordenador para que este copie el respectivo disco duro? ¿No se ha dado cuenta el señor Bush que tenía al enemigo en casa, o, por el contrario, lo sabía y no le importó?

Lo que está pasando es, en todos los aspectos, un crimen contra la humanidad y desde esta perspectiva debe ser objeto de análisis, ya sea en los foros públicos o en las conciencias. No exagero. Crímenes contra la humanidad no son solo los genocidios, los etnocidios, los campos de muerte, las torturas, los asesinatos selectivos, las hambres deliberadamente provocadas, las contaminaciones masivas, las humillaciones como método represivo de la identidad de las víctimas. Crimen contra la humanidad es el que los poderes financieros y económicos de Estados Unidos, con la complicidad efectiva o tácita de su gobierno, fríamente han perpetrado contra millones de personas en todo el mundo, amenazadas de perder el dinero que les queda después de, en muchísimos casos (no dudo de que sean millones), haber perdido su única y cuántas veces escasa fuente de rendimiento, es decir, su trabajo.

Los criminales son conocidos, tienen nombre y apellidos, se trasladan en limusinas cuando van a jugar al golf, y tan seguros están de sí mismos que ni siquiera piensan en esconderse. Son fáciles de sorprender. ¿Quién se atreve a llevar a este gang ante los tribunales? Todos le quedaríamos agradecidos. Sería la señal de que no todo está perdido para las personas honestas.

José Saramago es Premio Nóbel de Literatura



domingo, 19 de octubre de 2008

LA ECONOMÍA DESDE EL SENTIDO SOCIAL

Sentido social es  aquella aptitud para percibir y ejecutar prontamente, como por instinto, en las situaciones concretas en que nos encontramos, aquello que sirve mejor al bien común.

 

En las últimas semanas estamos asistiendo a un panorama dantesco en el que la caída de un banco tras otro se suceden a ritmo vertiginoso a ambos lados del Atlántico. Los ciudadanos ya no somos capaces de retener la cantidad de ceros que hay que poner a las cifras que se mueven tanto en el ámbito de las pérdidas de las entidades financieras como en el de las ayudas de los gobiernos.

Pero no son sólo las grandes cifras las que nos desconciertan. Los sindicatos callan ante la crisis mientras más de 90.000 trabajadores pierden su puesto de trabajo mensualmente; el presidente de la patronal pide que se suspenda temporalmente la economía de mercado; el PSOE ha intentado resistirse como gato panza arriba para no tener que mencionar la palabra crisis de un modelo económico neoliberal que debería ser  su contrincante natural y acusa al PP de antipatriota; el PP insiste en la crisis del modelo que en buena medida es su modelo; Wall Street, el símbolo del libre mercado, suspira por la intervención del Tesoro y de la Reserva Federal de los Estados Unidos; la presidenta alemana dice un viernes que no saldrán a la ayuda de los bancos privados que hayan realizado una mala gestión y al lunes siguiente aprueba un monto de 50.000 millones de € de ayuda para uno de los primeros bancos del país en situación de quiebra…

El desconcierto se va propagando por los distintos sectores económicos como si de las ondas de un estanque al tirar una piedra se tratara. Primero nos dicen que los “ingenieros financieros” consiguieron meter en el mercado las hipotecas de familias de bajos ingresos, sin avales y con condiciones laborales precarias que obtuvieron sus préstamos cuando el dinero estaba barato, y que ese ingreso en el mercado se hizo por la puerta grande, es decir, convirtiéndolo en bonos altamente seguros amparándose en que detrás de toda hipoteca siempre está el respaldo del inmueble hipotecado. Pero los impagos se han multiplicado y el precio de la vivienda ha caído y esos bonos han perdido buena parte de su valor. A continuación, esto se ha llevado por delante a entidades financieras, bancos hipotecarios, de inversión y aseguradoras poseedoras de esos bonos. Pero, como nadie sabe bien quién tiene esos bonos, no sólo ha habido problemas de solvencia sino que unos bancos no se fían de otros y ahora no hay manera de conseguir crédito, es decir, hay además un problema de liquidez. Por último, si no hay préstamos, las pequeñas y medianas empresas no resisten el tirón de la crisis y empiezan los despidos masivos.

Esta onda parece que nadie sabe hasta dónde va a seguir propagándose. Asistimos a inyecciones de cientos de millones de euros por parte de los bancos centrales y de los gobiernos para dar liquidez y superar la desconfianza entre bancos que no se prestan entre sí; asistimos a procesos de seminacionalización de entidades financieras; se reducen las tasas de interés y, a pesar de todo ello, las bolsas todavía, al día de hoy, no reaccionan. Se intenta evitar que la onda se siga propagando, pero en el fondo todos sabemos que esto tiene dos dimensiones: extensión y profundidad. Se lucha porque no se extienda más pero sabemos que en profundidad las cosas no son nada halagüeñas al menos en el corto plazo.

¿Crisis?

Que hay crisis ya nadie lo duda pero sería bueno hacer un pequeño apunte al respecto porque hay crisis y crisis del sistema. Los momentos de crisis se diferencian de los de crisis del sistema por varias razones pero una de ellas es porque en este último caso las cosas se ponen mal para todos. Y hago hincapié en “para todos” porque hay muchos millones de personas instaladas en una crisis permanente que el sistema acepta como parte del mobiliario, pero lo que no se puede aceptar es que esa crisis llegue también a los grandes, es entonces cuando hablamos de crisis del sistema, que es lo que parece que tenemos ante nuestras narices.

Conviene no olvidar en todo esto que si caen los grandes es porque hay muchos pequeños que se han hundido antes y que cuando los grandes caen arrastran tras de sí tremendas marejadas de efectos sociales nefastos que en buena parte están aún por llegar, aunque ya van haciendo su carta de presentación. Es por ello que tenemos que estar atentos para ver si los remedios que se proponen buscan el salvamento, tan sólo, de la crisis del sistema o si se orientan a resolver las crisis de las familias que mal llegan a fin de mes y para las que hablar de ahorrar es un sueño.

Pero siendo esto así, y habiendo llegado al punto en que nos encontramos, conviene tener presente que los momentos de crisis también son momentos de reflexión profunda, son momentos en que las contradicciones de los sistemas rebosan los diques que se construyen a base de demagogia y entonces surgen todas esas preguntas que estaban silenciadas pero que de un modo u otro se intuían o, al menos, chocaban con lo que es el sentido común.

Son ya muchas las reflexiones que se han vertido en torno al papel de los Estados; las regulaciones que deben imponerse a los mercados; el desigual reparto de la riqueza favorecido por el actual sistema económico; la indefensión de la ciudadanía que ha de pagar las facturas de los platos rotos de los grandes… La gente se pregunta: ¿dónde están ahora los grandes gurús de la  economía que decían tener todo tan claro?, ¿cómo una ciencia tan arrogante y tan estructurada como la economía sólo sabe hablar de crisis de confianza y se reconoce incapaz de predecir una evolución de lo que puede pasar?, ¿cómo hemos llegado hasta aquí sin que nadie alertara mucho antes de lo que estaba ocurriendo?

Intentando contribuir a ese ejercicio de reflexión tan necesario quisiera apuntar algunas consideraciones acerca del valor y la especulación económica.

La especulación un mal omnipresente

Aunque en las últimas semanas ha tomado el protagonismo la crisis financiera-hipotecaria podemos afirmar que no es la única fuente de quebraderos de cabeza por los que pasa la economía mundial, otros dos elementos fundamentales han dado bastante que hablar últimamente, me refiero a la escalada de precios del petróleo y a la de los alimentos. No está mal el cóctel que tenemos encima de la mesa: energía, financiación, vivienda y alimentos. Cada uno de estos ingredientes es como para tomarlo muy en serio, pero juntos…

Cuando uno lee los análisis que hacen los especialistas en estos temas uno encuentra explicaciones varias: mala gestión, aumento de la demanda, escasez de recursos en un futuro medioplacista, etc. Pero en todos los casos aparece un elemento común: la especulación. Ya sea especulación inmobiliaria o financiera, especulación que dispara los precios del petróleo o de los alimentos básicos en los mercados de futuros. La especulación siempre está ahí con diversos rostros, yo antes utilizaba el término de “ingeniería financiera”, ese es uno de ellos. Pero hay algo que la hace especial, siempre está presente en la economía, como si del colesterol se tratara, pero cuando sus niveles se disparan el fallo cardiaco no está lejano.

La especulación va más allá de los principios de uso, de necesidad o de escasez, incluso más allá del derecho a la propiedad. La especulación se reserva para sí el intervenir en el terreno de juego donde se decide, nada más y nada menos, que el establecimiento del valor de los bienes. Es un terreno especialmente sensible  y, es por eso, que cuando la especulación ha campeado a sus anchas en un sector económico determinado suele acabar generando crisis extremadamente profundas, es el famoso “pinchazo de la burbuja”. La especulación, movida siempre por el beneficio cortoplacista, favorece el incremento artificial del valor de  ciertos bienes y actividades económicas para luego abandonarlas generando desplomes de valor en espacios de tiempo tan cortos que casi no cabe capacidad de reacción especialmente para los más débiles.

Jugar con el valor es jugar con fuego. Pensemos, por ejemplo, dónde queda la lucha por el reconocimiento de la propiedad si hay alguien que se guarda en la manga la capacidad de jugar e incluso de fijar el valor de lo poseído. ¿De qué me sirve tener la propiedad sobre un bien económico si otros pueden cambiar su valor? Esta es la gran pregunta que trasladada a esquemas económicos está detrás de la “desconfianza” de la gente. La desconfianza no la podemos despachar diciendo que es una paranoia colectiva, hay detrás una pregunta medular que requiere una respuesta que nadie quiere abordar porque supone acabar con demasiados intereses.

Para ver de forma un poco más gráfica el cambio de valor de los bienes podemos echar un rápido vistazo, desde este punto de vista, a esos cuatro sectores en crisis anteriormente citados: petróleo, alimentación, inmobiliarias y finanzas.

- E l precio del barril Brent alcanzaba el impresionante valor de 147 dólares en julio cuando apenas hacía un par de años valía casi la quinta parte, ¿tanto petróleo van a consumir las economías emergentes?.  Pero en julio empezó a bajar el precio y a finales de agosto estaba por los 108$ y ahora por los 85$ ¿es que las economías emergentes en dos meses han decidido cambiar de fuente energética? o  ¿es que se está jugando artificialmente con el precio del petróleo?.

- Entre 2007 y 2008 el precio del arroz y del trigo se duplicaron, el del maíz subió en más de un 30% y, al mismo tiempo, las reservas de cereales a nivel mundial cayeron al nivel más bajo en los últimos 25 años. Decenas de países del Tercer mundo han visto cómo las protestas populares por estos fenómenos se multiplican en sus calles. Los biocombustibles explican parte de todo este embrollo pero no todo, los grandes capitales en los mercados de futuros presionan al alza los precios haciendo de la alimentación básica un elemento del que poder extraer pingües beneficios.

- El fenómeno de la recalificación de suelos para edificar que permite multiplicar el valor de los mismos trasladando ese incremento de valor a aquéllos que van a adquirir su vivienda con probablemente una hipoteca a 20 o 30 años. Años de pagos que en buena medida están destinados a cubrir el cambio de valor que se embolsa el constructor  en el proceso de recalificación. Y esto en el caso de que el constructor sea el que compra y construye, que hay casos peores en que el que compra el terreno consigue que se lo recalifiquen y luego lo vende sin haber generado ningún tipo de riqueza ¿Por qué se permite esto? ¿hay que financiar así los ayuntamientos?

- Los bonos basura, los subprime. ¿Quién ha permitido que se les atribuya una triple A, esto es, que se les atribuya la máxima calificación en cuanto a su salud como producto financiero cuando la tasa de riesgo era elevadísima?,  ¿quién ha permitido que algo cuyo valor sería más que cuestionado por el riesgo que conlleva se vea afirmado como un producto cuya garantía es casi incuestionable?

Buscar las grietas del sistema legal, presionar sobre los precios de los bienes económicos utilizando para ello desplazamientos casi instantáneos de grandes capitales, utilización de información privilegiada que permite adelantarse a la evolución de la valoración de los bienes económicos, etc, etc. Toda esta larga lista de estratagemas tienen un denominador común: el enriquecimiento a corto plazo.

Ya sé que habrá quien piense que el enriquecimiento a corto plazo no es malo, que al fin y al cabo la vida del especulador es dura porque juega con un factor que es el riesgo. Se argumenta que el especulador se arriesga más y por eso gana más. La cuestión es ¿por qué no se arriesgan haciendo otras cosas? ¿Por qué nos olvidamos de que detrás de todo enriquecimiento especulativo a corto plazo se genera también un empobrecimiento de alguien a corto plazo?

Debería hacernos pensar el hecho de que la administración norteamericana suspendiera temporalmente hace un par de semanas la actividad de nada más y nada menos que 800 empresas. Y ¿a qué se dedicaban? A inversiones cortoplacistas. Por ejemplo, yo sé que un banco ha adquirido muchos bonos basura y creo que va a caer en bolsa su cotización, entonces lo que hago es pedirle al bróker de turno que me consiga unos cientos de acciones de ese banco con el compromiso de devolvérselas en un par de semanas con una comisión. Consigo así el paquete de acciones y, al momento, lo vendo. Pasadas las dos semanas el banco se ha pegado el batacazo en bolsa, según se podía prever por la información que se tenía. Entonces vuelvo a comprar las acciones que vendí pero esta vez a un precio bastante inferior por lo que estoy en condiciones de devolver las acciones que me prestaron, pagar la comisión y todavía quedarme con un pellizquito. No he generado nada, no he producido nada , es más, es que no he puesto ni siquiera dinero en la operación pero me he sacado mi pellizquito. Y este ejemplo supone que soy un pequeño especulador, pero ¿qué pasa si soy un fondo de pensiones que mueve miles de millones de dólares? Entonces hasta puedo llegar a inducir las crisis financieras como pasó años atrás con la crisis de las tormentas monetarias.

El caso es que en la especulación ya no funciona eso de Dinero-Mercancía-Dinero, lo que cuenta es Valor inicial-Valor final-Dinero. Este es el juego que crea las burbujas y las destruye generando un proceso de “desconfianza” tan profundo. Póngase fin a estas dinámicas y a todos los resquicios legales que las amparan: fuera las agencias de calificación corruptas, fuera el sistema de recalificaciones de suelos tan indecente como el que tenemos, átese en corto a los capitales golondrina con impuestos como la tasa Tobin, que las 800 empresas no las suspendan temporalmente de actividad que las cierren y a sus arriesgados empleados les cambien por una temporada sus ganas de adrenalina disfrutando de alguna actividad de la economía real de esas que a usted, lector mal pensado, se le están ocurriendo.

El debate del valor ha sido muy traído y llevado por las escuelas económicas clásicas desde Adam Smith, David Ricardo pasando por Marx; por escuelas económicas como la austriaca, por Hayek y compañía, y siempre ha habido un gran problema para dotar de un carácter objetivo al valor de los bienes económicos. Porque si somos capaces de fijar un criterio objetivo para considerar el valor de un bien económico los especuladores lo tendrían muy complicado y la economía real no sería un hermano tan pequeño y tan olvidado para algunos. Pero este dilema no ha tenido una solución adecuada,  se llegaron a formulaciones que relacionaban el valor de los bienes con la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirlos, pero la casuística es demasiado amplia y compleja y, al final, parece que el valor de intercambio es lo que cuenta y eso lo fija la oferta y la demanda, el mercado en definitiva.

Personalmente me resisto a renunciar a esa intuición del valor objetivo de los bienes, habrá que darle vueltas porque si se olvida me temo que la justicia se resineter. Pongo un ejemplo, cuando la semana pasada mi mujer compraba en un mercadillo a una mujer hindú una blusa por dos euros me comentaba “cómo se pueden vender a este precio las cosas con el trabajo que habrá costado hacer esto”. Dejo abierta esta línea de reflexión y me vuelvo al mercado.

Urge reconstruir la economía desde el sentido social

 Creo que a los defensores del mercado a ultranza hay que exigirles dos cosas: que luchen porque se democratice el mercado y que el sentido social se inserte dentro del modelo económico como un elemento fundante de lo que ha de ser una actividad económica sana.

Sin democratizar el mercado, éste ha demostrado que lejos de ser un instrumento para salir de las crisis se convierte en un elemento que asegura la recurrencia de las mismas. Mientras la concentración de poder siga siendo tan grande como es actualmente y la distribución de la riqueza tan insultantemente desigual, las virtudes atribuidas al mercado por muchos se diluyen y la economía de mercado no es capaz de levantar el vuelo hacia una economía con mercado protagonizada por todos y cada uno de los ciudadanos que  habitamos este planeta.

El modelo excluyente en el que vivimos, que ha negado o en el mejor de los casos ha obviado el valor de una inmensa mayoría de la humanidad,  precisa ser profundamente transformado, no sólo por la crisis de las subprime, sino porque con anterioridad ya había acumulado méritos suficientes como para pedir abiertamente se transformación radical.

Para acabar, tan sólo añadir que si no incorporamos el sentido social como un pilar básico e intrínseco a lo que debe ser una nueva concepción económica, las medidas y los pasos que se den para abordar la crisis actual del modelo neoliberal sólo servirán para apuntalarlo.

El entramado economicista es muy duro de desmontar y ha calado tan profundamente en nuestro acerbo cultural y personal que pedir sentido social hoy es casi pedir una revolución cultural, pero es algo irrenunciable. Pongo un ejemplo cotidiano, hay muchos que sostienen que los sueldos millonarios de las estrellas del futbol están más que justificados porque los ingresos  que reciben de los clubes y patrocinadores no son mayores que los beneficios que les reportan. Razonamiento económico impecable, que lo mismo lo hace un hincha del Madrid que es director de una gran empresa, que el hincha que mal vive con una pensión y no llega a fin de mes, pero la cuestión es qué tipo de lógica económica sostiene este razonamiento.

 

Es una visión económica donde el lucro no tiene límites, donde la persona se ve reducida a individuo sin entorno social con el que contrastar su status y sus responsabilidades y donde el valor objetivo no tiene cabida, tan sólo la subjetividad economicista del momento impera.

 

Con esto no quiero decir que afirmar el sentido social en economía signifique erradicar la iniciativa individual, ni mucho menos; ni supone un cheque en blanco al Estado, ni mucho menos. Afirmar el sentido social es afirmar que ni individuo, ni mercado,  ni Estado son ajenos al bien común; que la exclusión es un reflejo del fracaso del sistema y no sólo del individuo; que la especulación es un mecanismo que si bien enriquece a unos pocos en poco tiempo, lo suele hacer a costa de favorecer el empobrecimiento progresivo  a veces de muchos y a veces también en poco tiempo. Afirmar el sentido social supone el abrir experiencias de economía solidaria, tener una visión universalista de lo que es el bien común, saber conjugar eficacia y desarrollo integral de la persona, optar por los más débiles y hacerlo de forma especial en los tiempos más difíciles, apostar por la autogestión no por la dependencia.

Vienen tiempos difíciles, que sepamos ser solidarios con los que peor lo van a pasar, ser contundentes en la denuncia y propositivos en la transformación.

Joaquín García Arranz