Joseph Halevi
247.000 personas han perdido el empleo en EEUU durante el pasado mes de junio, pero los mercados están exultantes porque la caída ha sido menor de lo previsto, aun habiendo sido las pérdidas de mayo harto superiores a las expectativas. El factor que ha permitido rebajar la desocupación estadounidense del 9,5% al 9,4% ha sido el abandono de la búsqueda activa de trabajo por parte 440.000 personas. Se trata de los desocupados desmoralizados que, abandonada toda esperanza de encontrar empleo, salen de las estadísticas y, paradójicamente, contribuyen a reducir el desempleo. Del desplome de la producción industrial y del PIB en Italia a las pérdidas de empleo en los EEUU, los datos positivos son prácticamente inexistentes.
En cambio, los negativos se acumulan: hace apenas unos días llegó la noticia de que (también) en Japón los salarios han caído, cerca de un 7%. ¿Cómo puede reiniciarse la actividad económica, si la masa de los consumidores, los asalariados, sufre tales memas de ingreso? Huelga decir que, tras cerca de dos años de caída ininterrumpida, se llega al llamado bottoming out, punto a partir del cual las sucesivas caídas son menos drásticas. Así sucedió también en los años 30, pero la recuperación no llegó a los EEUU, tratándose más bien de oscilaciones, harto pronunciadas, en torno al nivel cero de crecimiento.
Hoy, gracias precisamente a la existencia de gastos incomprimibles, como el pago de pensiones de jubilación y el más elevado porcentaje de empleos públicos —atacados por años, afortunadamente sin demasiado éxito—, es muy posible que el fondo no se precipite a los niveles abisales de los años treinta. Pero de aquí a decir que estamos ya en vías de recuperación media el trecho de una ideología falsaria.
Pero es lo cierto que los mercados danzan felices y contentos, ajenos por completo a la economía de la que depende la vida de la inmensa mayoría de la población.
Recapitulemos la razones principales del renovado resurgir de las finanzas. Esas razones radican todas en la intervención de los gobiernos y los dineros ofrecidos a los bancos en crisis. Bajo el capitalismo, todo ha de representarse como una transacción que refleje la forma de la propiedad privada, de aquí que las dádivas se presenten al público como préstamos del Estado al sistema bancario privado. En realidad, como ha explicado el jefe de la Fed, Bern Bernanke, a la cadena televisiva CBS, de lo que se ha tratado es de imprimir moneda con objeto de remitirla electrónicamente a la banca.
Todo este proceso lo que ha hecho es facilitar la concentración financiera, en un contexto en el que los megabancos no sólo reciben los dineros del gobierno, sino que este último carga con las pérdidas de las sociedades fagocitadas por las nuevas concentraciones bancarias. En ese contexto, no se precisa de la menor inteligencia gestionarial para lograr ganancias que, en realidad, nacen de los mecanismos institucionales puestos por obra. El casino global se ha repartido como si nada hubiera sucedido, escribía Der Spiegel en su número de fines de julio. El semanario alemán observa que, con lo peor a sus espaldas, los bancos se comportan ya como durante los años anteriores a la crisis. Para Der Spiegel, “incluso peor, porque, gracias a las garantías públicas y al dinero a bajo coste ofrecidos por los bancos centrales, nunca ha sido tan fácil para los bancos hacer dinero”.
La actuación de los bancos centrales sobre el mercado de títulos, sumada a la dádiva directa de dineros, es un elemento central para la realización de beneficios fáciles por parte de los bancos privados. Se hallan estos últimos en una posición casi monopolística (como vendedores privilegiados) frente a los bancos centrales. La técnica es parte del tremebundo plan de rescate de títulos sin valor ideado por el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, y por el consejero económico de la Casa Blanca, Larry Summers, pero que se aplica más o menos por doquiera.
La Reserva Federal anuncia los títulos que se apresta a comprar, con lo que dispara la subida de los precios de venta por parte de los bancos. Es un juego de niños, señaladamente en el nuevo contexto de hiperconcentración financiera. Resulta de ellos un aumento de la diferencia entre los precios de demanda de los bancos centrales y los precios “de oferta” de los bancos privados. El diferencial opera a favor de la banca privada, que vende sus títulos y obligaciones a precios monopolistas.
Pero eso es precisamente, según explicaba el Financial Times, lo que quiere la Reserva Federal, empeñada en hacer ganar dinero a Wall Street. La ideología dominante dice que la recuperación del empleo pasa por semejantes políticas, pero economistas que se hallan a años luz del marxismo, como Paul Krugman en el New York Times, no dejan de criticar tal desarrollo de las cosas.
Yo creo que, en realidad, las políticas de Gaithner-Summers andan mucho más arraigadas en el sistema de lo que suele creerse. Expresan la mutación, endógenamente incorregible, de la estructura económica capitalista en dirección a la financiarización, es decir: hacia un circuito en el que el paso del dinero a las mercancías, para luego reaparecer en acrecido montante monetario, se ha deteriorado de manera irreversible.
La desmembración entre el sistema financiero y el productivo –y medioambiental— ha sido favorecida por el propio Estado. El efecto “keynesiano” de tales operaciones es nulo mientras el Estado mantenga la continuidad del desmembramiento. En efecto: si los mercados están de fiesta, los gobiernos, como el inglés y el de Washington, anuncian que las políticas de dádivas de dinero a los bancos y de beodas adquisiciones títulos tienen que proseguir, a fin de evitar que se agrave la crisis. Cada una de esas declaraciones abre nuevas perspectivas de lucro financiero, al tiempo que cierra todo horizonte a quien vive y seguirá viviendo sumido en la crisis y a caballo de las próximas oleadas de desocupación.
La respuesta a este estado de crisis, al menos conceptualmente, es marxista, no keynesiana.
Joseph Halevi es profesor de Economía Política en la Universidad de Sydney y está asociado al Institut de Recherches Economiques sur la Production et le Développement (IREPD) de la Universidad Pierre Mendès France de Grenoble, France. Es miembro del consejo editorial internacional de Economie Appliquée (Paris) y del consejo editorial de Cahiers d'Economie Politique (Paris). Está vinculado también al centro IREPD (Institut de Recherches Economiques sur la Production et le Développement) de la Universidad de Grenoble perteneciente al CNRS (Centre National pour la Recherce Scientifique) francés. Desde 1990 colabora regularmente con el periódico de la izquierda italiana Il Manifesto en Roma.
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