martes, 9 de junio de 2009

LA SOCIEDAD DE LA IGNORANCIA Y LA INFOXICACIÓN




El tipo de conocimiento que subyace de forma subliminal tras la utopía de una Sociedad del Conoci­miento, el conocimiento a través de la razón que debería proporcionarnos una mejor y más completa comprensión de la realidad, disminuye. Vivimos, gracias a la tecnología, en una Sociedad de la Información, que ha resultado ser también una Sociedad del Saber, pero no nos encaminamos hacia una Sociedad del Conocimiento sino todo lo contrario.

Las mismas tecnologías que hoy articulan nuestro mundo y permiten acumular saber, nos están convirtiendo en individuos cada vez más ignorantes. Tarde o temprano se desvanecerá el espejismo actual y descubriremos que, en realidad, nos en­caminamos hacia una Sociedad de la Ignorancia.

Sin duda, uno de los aspectos más característicos y representativos de nues­tro tiempo es la velocidad. Nos hemos adentrado en una nueva época de dinámicas desbocadas, de crecimientos acelerados, de obsolescencia inme­diata de cualquier novedad, de desmesura en las proporciones y los forma­tos, que Gilles Lipovetsky denomina “Tiempos Hipermodernos”. Los tiempos hipermodernos también po­drían denominarse tiempos exponenciales, gracias a la contribución de millones de individuos que infatigablemente aportan desde simples fotografías digitales a profundas reflexiones en cualquier campo del saber.

Pero esta situación, paradójicamente, en lugar de permitirnos componer una visión cada vez más completa y exacta del mundo en qué vivimos, a menudo nos lo muestra más caótico y desconcertante que nunca. A un paso de la agorafobia, el ensanchamiento del horizonte de nuestra mirada nos ha revelado una realidad compleja y cambiante que no alcanzamos a abarcar.

En la práctica la información disponible y el saber acumulado se han vuelto completamente inaprensibles para una mente humana que, al fin y al cabo, sigue constreñida por sus limitaciones biológicas originales.

Nos encontramos hoy en una nueva biblioteca donde constantemente se construyen nuevas salas, dedicadas a nuevas disciplinas, que rápida­mente se llenan de volúmenes, y que apenas alcanzamos a visitar. ¿Es importante lo que en ellas se recoge? ¿Cómo se relaciona con todo lo que hay en las demás?

Todo ello viene reforzado por lo que algunos autores han deno­minado una infoxicación, una intoxicación por exceso de información, que se traduce en una dificultad creciente para discriminar lo importante de lo superfluo y para seleccionar fuentes fiables de información.

cada vez es más difícil disponer de una visión equilibrada del conjunto, ni que sea de baja resolución. Como reacción está surgiendo una actitud de renuncia al conocimiento.

El segundo factor del mundo hiperconectado que nos empuja hacia la So­ciedad de la Ignorancia radica, en contra de lo que nuestra primera intui­ción nos hizo creer, en las propias características de las nuevas formas de comunicación en red.

Ciertamente, desde un punto de vista productivo somos más eficientes, pero también se ha incrementado sensiblemente la complejidad de la mayoría de procesos, y el inmenso caudal de informa­ción que recibimos y que debemos gestionar amenaza con provocar nue­vas formas de ansiedad. Es difícil focalizar y centrarse, y esa necesidad de cambiar constantemente el foco de nuestra atención acaba por modelar nuestra forma de razonar hasta ubicarnos en un estado de dispersión que, conceptualmente, es incompatible con la concentración que requiere cual­quier reflexión de cierta consistencia. Es el mismo tipo de dispersión que también afecta, según comenta con frecuencia el profesorado, la capacidad de concentración de la población en edad escolar.

La combinación de los dos factores descritos anteriormente, la acumula­ción exponencial de información y las propiedades específicas de las nue­vas formas de comunicación como vía de acceso al conocimiento, determi­nan nuestra relación actual con el saber existente y, al fin y al cabo, nuestra capacidad individual para superar la condición de ignorantes.

La so­ciedad hiperconectada favorece y potencia dicho comportamiento, creando una nueva fuerza disgregadora que podríamos denominar comunitarismo autista. Hoy es más fácil que nunca mantenerse en contacto permanente por vía telemática con personas con las que se comparten intereses u ocupación e instalarse en mundos particulares independientes del resto de la sociedad, comunidades cerradas.

Nos encontramos ante la actualización de la vieja idea de la torre de marfil. Hoy, en lugar de una única torre existen multitud de pequeñas torres donde refugiarse, y cada experto se encuentra encerrado en alguna de ellas, ya sea por el imperativo productivo que recae sobre el ingeniero o el tecnólogo, por la convicción apasionadamente hiperespecializada del científico o, al fin y al cabo, por la imposibilidad de liberarse de la dinámica endogámica de las estructuras generadoras de saber. Talvez cabría esperar que en una Sociedad del Conocimiento el saber de los expertos, más allá de sus resul­tados productivos y comerciales, fluyera hacia el resto de la sociedad, pero actualmente ni sucede así ni nadie lo pretende.

Cuando el experto cierra la puerta de su despacho y se va a casa se convierte en uno más. Fuera de su especialidad, pasa a formar parte de la siguiente categoría: la masa. Quizá en algún momento hemos aspirado a convertirnos en sabios, probablemen­te somos expertos en algo y durante una parte de nuestro tiempo actuamos como tales, pero cuando abandonamos nuestra especialización pasamos a ser, necesariamente, masa. Y, nos guste o no, esa es la parte más grande del pastel.

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