Por vía de la primera, las corporaciones que comparten renglones productivos similares tienden a fusionarse, dando lugar a una economía de rasgos cada vez más oligopólicos. Ya en 1995 John Cavanagh y Frederic Clairmont, del Instituto de Estudios Políticos de Washington D.C., señalaban que en gran cantidad de sectores productivos las cinco mayores corporaciones controlaban más de la mitad de los correspondientes mercados.i Dicho proceso ha venido aumentando a pasos agigantados desde entonces. Nada más en 2006 se produjeron diez millones de fusiones que involucraron 1.3 millones de millones de dólares.ii
Por vía de la segunda de las tendencias, se busca generar un proceso de “creación destructiva” que incremente las posibilidades competitivas de la empresa. Dentro del contexto de la reestructuración continua encontramos todo un léxico que ha pasado a hacerse ya de uso universal: “downsizing” (o disminución de mano de obra), “outsourcing”(o exportación de puestos de trabajo), empleo temporal (o pérdida de estabilidad y beneficios laborales), etc.
En definitiva, por vía de las megafusiones y de las reestructuraciones se converge en un mismo fenómeno: la crisis global del empleo. Un sólo ejemplo puede explicarnos el significado de lo primero. La fusión de Exxon y Mobil en 1998 se tradujo en una fuerza laboral combinada de 80 mil empleados para la nueva compañía, en contraposición a las 130 mil personas que representaba la sumatoria de lo que ambas empleaban antes de unirse. En otras palabras, 50 mil empleos se perdieron.iii
Con respecto a las reestructuraciones bien vale la pena leer lo que señalaba Benjamin Barber: “La eficiencia empresarial requiere del downsizing, lo que significa producción de capital intensivo y producción de capital intensivo significa políticas de reducción de empleos. Traducido a idioma corriente eso quiere decir despedir tantos empleados permanentes como sea posible y eliminar sus costosos paquetes de jubilación. En su lugar aparecen las máquinas, los robot industriales y la multiplicación de los llamados empleos ‘temporales’, los cuales no son otra cosa que trabajos de largo plazo, sin contratos de largo plazo o beneficios de seguridad social”.iv
En relación a la situación de Estados Unidos, Guy Sorman refería en 2004 lo siguiente: “Cada año, en este momento mismo, 28 millones de empleos son suprimidos en empresas destruidas”.v Si bien es cierto que buena parte de los que perdían sus empleos en Estados Unidos terminaban encontrando otro al cabo de varios meses, ello no garantizaba que lo hicieran a un mismo nivel de salario o de estabilidad laboral. La tendencia, como bien señalaba Barber, era hacia empleos temporales y no bien remunerados. En otras palabras, el síndrome Wall-Mart.
En la Unión Europea la situación era aún peor, con un desempleo estructural que aquejaba a veinte millones de personas, tal como lo señaló Tony Blair en un discurso pronunciado ante el Parlamento Europeo en junio del 2005.vi
En definitiva, cada vez resultaban más quienes estaban siendo dejados de lado en medio de esta sociedad implacable de los Goliat. El Estado, por su parte, brillaba por su ausencia cuando más se lo necesitaba. Peor aún, era el propio Estado quien no sólo había retirado su protección al ciudadano sino el que daba carta blanca a los Goliat para actuar a su antojo.
Tal como refería Noreena Hertz: “Por donde quiera que miremos las corporaciones están capturando las responsabilidades de los gobiernos...Los gobiernos, al no reconocer siquiera esta captura, arriesgan la destrucción del contrato implícito que existe entre el gobierno y los ciudadanos y que constituye la esencia de toda sociedad democrática...”.vii
Sin embargo, nada de lo vivido hasta hace algunos meses preparaba para la crisis brutal del empleo que está teniendo lugar, como resultado de una recesión que se expande por doquier. Es ahora cuando la contrasociedad adquiere auténtica dimensión de catástrofe. Las razones de ello son las mismas a las que aludía Noreena Hertz. Es decir, gobiernos que abdicaron a su responsabilidad reguladora y vigilante y colocaron en manos de las grandes empresas un poder que nunca han debido tener. En medio del “laissez faire” imperante, los excesos de las grandes entidades financieras abrieron una caja de Pandora cuyos efectos se sienten hoy en todas las latitudes y en todos los sectores de la economía.
Según el diario Público de 16 de febrero, las grandes trasnacionales han despedido a 880 mil trabajadores desde septiembre pasado. Ello, desde luego, no toma en consideración a las pequeñas y medianas empresas, que están siendo las más golpeadas por la crisis. De acuerdo a Lluís Bassets, todos los meses se pierden 500 mil empleos únicamente en los Estados Unidos viii
Por delante, sin embargo, viene lo peor. En palabras de la Organización Internacional del Trabajo: “Nos enfrentamos a una crisis del empleo de alcance mundial”. Según sus previsiones, en 2009 el aumento del desempleo puede moverse en un radio de entre 30 y 50 millones de personas a nivel mundial y empujar a 200 millones de trabajadores a la pobreza extrema en el mundo en desarrollo ix
¿Cuáles pueden ser las implicaciones políticas de este proceso? En los años treinta, última gran crisis económica global, la contrasociedad internacional condujo a la consolidación de los fascismos, particularmente los europeos. Ojala la historia no se repita.
i Ver Maniere de Voir 28, Le Monde Diplomatique, noviembre 1995.
ii Ver CNN, Business International, 25 de diciembre, 2006.
iii Ver Stephen Glain, “The Next Big Deal”, Newsweek Special Edition, diciembre 2006-febrero 2007.
iv Jihad vs. McWorld, New York, Ballantine Books, 1995, p. 27.
v Made in USA, Paris, Fayard, 2004, p. 259.
vi Ver Giddens, Anthony, Europe in the Global Age, Cambridge, Polity, 2006.
vii The Silent Takeover, London, William Heinemann, 2001, p. 11.
viii El País, 19 de febrero de 2009
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